Recuerdo un día mientras me encontraba en el gimnasio y vi a un grupo de 5 o quizá 6 personas quienes estaban realizando su rutina de ejercicio juntas. El ejercicio en específico consistía en mover de arriba hacia abajo un par de cuerdas (con un peso considerable, por cierto). Lo que me llamó especialmente la atención fue ver la cara de verdadero horror, dolor y desesperación de una de las chicas y que además al mismo tiempo el instructor le gritaba desde el otro lado del salón.
¿Cómo se sentirían ustedes si alguien les gritara la rutina que deben de seguir? ¿Triste, molestos consigo mismos, celosos de la otra persona más ‘fit’ quien se encuentra realizando el mismo ejercicio y ni parece que le cuesta trabajo? ¿O simplemente se dirían a si mismos ‘No te rindas, sigue adelante’? Eso mismo es lo que yo me decía en esos días de gimnasio en donde pagaba a un instructor para que me gritara los ejercicios que debía de hacer, los cuales lejos de disfrutarlos, los odiaba.
Siempre me forcé a mí misma a no parar, a seguir adelante. No me daba cuenta de que lo odiaba porque pensaba que así debía de ser. Después de todo es EJERCICIO. No se supone que deba de ser divertido o ameno, algo que cualquier ser humano normal pudiera disfrutar.
Después me di cuenta de lo siguiente, cuando repetidamente haces algo que odias y no te ayuda a sentirte mejor, con mejor condición física o feliz, te encuentras atrapado en un ciclo. Desde mi punto de vista esa es la definición de locura, y aun así muchas personas, hombres y mujeres, buscan nuevas dietas o rutinas de ejercicio solo porque no han encontrado la adecuada.
Lo peor del caso es que nos convencemos de que los del problema somos nosotros, no todo lo demás que nos rodea. ¿Cómo salí de ese circulo vicioso?
Yo, personalmente, tuve un momento de introspección, de apertura y honestidad conmigo misma. Me di cuenta de que lo que disfruto del ejercicio es el cómo me hace sentir, el cómo ayuda a mi cuerpo a ser más ‘funcional’ en el día a día, como me da claridad mental, todo lo anterior sin estar en un ambiente competitivo o basado y enfocado solamente en números. Después, busqué actividades que me ayudaran a lograr esos objetivos, probé diferentes cosas, entre ellas: caminar/correr en una caminadora, entrar a clases grupales, pesas con y sin instructor, y en donde encontré lo que yo llamo mi ‘centro’ es en el salir a correr, disfrutar del paisaje, alternar rutas día con día e ir observando a la gente que se encuentra en la calle.
Si aún no encuentran esa actividad o ejercicio especifico que verdaderamente les apasione y sobre todo que se diviertan, los invito a que se detengan, tomen distancia de la situación y se replanteen el porqué de seguir con cierta actividad física.
¡Vida solo hay una y hay que disfrutarla al máximo! Agradezcamos a nuestros cuerpos por lo que podemos hacer y no lo castiguemos con una rutina extrema o que en el fondo no nos haga felices.